– El porno dejó de ser un tabú y pasó a convertirse en parte de la cultura popular. Es un referente observado por una amplia mayoría que no lo reconoce, no obstante goza a solas viendo cómo otros hacen lo que ellos desean o temen.
– Cuando veo porno lo que busco son las escasas escenas en las que se registran los orgasmos reales, involuntarios, que tienen las pornostar durante el trabajo que desempeñan. Sus rostros, los temblores, cómo el placer invade al cuerpo deteniendo el habla, son cuestiones que observo y rastreo. Es lo que más me calienta. Ver la animalidad, mirar mujeres fuera de sí, cuyos rostros van mutando a medida que el gozo las posee.
– “Beautiful Agony” se llama el género del porno que se limita a la filmación del rostro de una mujer mientras tiene un orgasmo. Se trata de registrar muecas y gemidos, en primer y exclusivo plano. Fijar los instantes donde acontece la petite mort.
– David Foster Wallace escribe al respecto: “Se puede ver cómo toda la cara del actor o actriz porno cambia cuando la conciencia de uno mismo –en la mayoría de las mujeres– o la inexpresividad desquiciada –en la mayoría de los hombres– ceden el paso a un placer erótico sentido de forma genuina hacia lo que está pasando; los suspiros y los gemidos dejan de ser automáticos para volverse expresivos”.
– Investigar el porno. Saber cuánto de fantasía, exploración, deseo, demencia y degeneración hay en su ejercicio e industria es un trabajo que no se puede hacer sin haber visto porno. Los críticos de la pornografía suelen ser personas que no la consumen, que no acostumbran a visitar los portales. Desconocen la trivia en torno al tema, no saben acerca de su diversidad y ni se imaginan cómo es en la web. Hablan de una pornografía hipotética, con asco.
– En el porno las estrellas son las mujeres; ellas son las famosas, las cuidadas y atendidas. Los hombres cumplen un rol poco lucido, salvo contados casos. En el porno lo que vale es el carácter sexual de una mujer, es decir, sus peculiaridades al desplegar sus deseos. El papel de los hombres se limita a detonar la lujuria en las mujeres, que es lo se filma y rastrea.
– El erotismo está relacionado con la memoria, la muerte, las profundidades de la conciencia, con aquello que se muestra en parte, con lo que se desea fatalmente. Con lo elusivo, lo sombrío y con la prohibición. El porno, en cambio, habla del presente, funciona en las superficies, es didáctico, artificial, exhibicionista. Apela a lo evidente y entrega pruebas. Los cuerpos en el porno son objetos, no personas. Sin duda existe una relación oblicua con el erotismo; ambos tratan sobre la lujuria.
– El porno –en ocasiones– es un suplemento a la vida sexual de muchos. Eludir eso es desconocer una realidad cultural que está instalada hace décadas.
– Al menos para una generación el porno ha sido parte de la educación sentimental. Tiene funciones didácticas, en la medida en que muestra reiteradamente cómo se ejecuta el sexo con sus variantes más sutiles y brutales. De la pornografía se pueden aprender técnicas. Las rutinas del porno, semejantes una y otra vez, pueden ser vistas como tutoriales para aquellos que desean tener este tipo de experiencias. Eso hacen muchos jóvenes, no les queda otra para aprender a hacer lo que esperan de ellos.
– En la pornografía la lucha de clases está incorporada como un estimulante, un incitador. El patrón domina y luego es dominado por sus empleados.
– Una realidad pornográfica es la que nos permite ver la intimidad ajena. ¿Acaso no hacen eso los drones de forma divertida? El verano pasado estuvo de moda en los balnearios pitucos que los adolescentes pasearan sus drones personales enfocando la privacidad.
– La pornografía actúa sobre nuestro inconsciente. Activa el cuerpo, el deseo, a través de imágenes, de rutinas donde el sexo es explícito. Trabaja con las apariencias sin eludir lo artificial. Es más, el porno jamás trata de ser natural. Nos excita ver a actores rozando sus cuerpos, sintiendo placer, mientras están haciendo un trabajo remunerado.
– ¿Alguien se ha preguntado –presumo que sí– cuánta información sobre nuestras pulsiones tienen acumulada, y espero que no procesada del todo, los portales de pornografía? Es tan enorme y sofisticada que pusieron de moda los castings de las actrices cuando se prueban. Su primera filmación ni siquiera es una escena, es una larga entrevista y luego sexo crudo con una novata.
– A veces tenemos sueños eróticos que recogen el imaginario porno. Soñamos que tenemos sexo con personas que despliegan modos de grabaciones triple X. Eso nos gusta, nos da placer. Tenemos sexo como nunca lo hemos hecho. Cuando despertamos, la realidad espantosa diluye ese deseo feroz. Si llegamos a recordar el sueño es con sensaciones inolvidables, la memoria de un desenfreno que no vivimos pero que sentimos cerca, que incluso permanece en la piel.
– “El problema que plantea el porno reside en el modo en el que golpea el ángulo muerto de la razón”, escribe Virginie Despentes en su libro Teoría King Kong.
– Se dice que la estética porno es degradada y bruta, repelente. Sin embargo, la vemos reproducida en la vida sexual, en las descripciones de autores de primer nivel y también en lo banal. De alguna manera el porno gana por su efectividad. Apela a los bajos instintos, los destapa y recrea hasta lo burdo. Un ejemplo, los moteles aún dan películas porno en sus canales internos.
– Habitualmente el porno opera con la figura retórica de la sinécdoque: las partes por el todo. Enfoca y concentra la atención sobre determinadas secciones de los cuerpos, y luego salta de una a otra, lo que permite imaginar el sexo en su conjunto.
– El porno juega a convertir en verosímil aquello que no lo es, como el tamaño de los miembros de los actores y las performances sexuales que muestran. De ahí que algunos consideren que es un peligro, puesto que creen que las personas que ven porno no se dan cuenta de que están ante una ficción. En esa consideración paternalista radica cierto moralismo. Creer que los otros son ignorantes, que no están preparados para determinar los bordes de lo real, que no saben lo que ven, es una forma de observar la vida que conduce a la frustración. El deseo –cuando existe– siempre quiere ir más allá. Y no todos desean cumplir todas sus fantasías. A veces es mejor que algunas queden en calidad de imágenes, de secuencias a las que podemos recurrir para estimularnos. El porno está para esto último.
– Personas que se convirtieron en celebridades millonarias gracias a un video porno: Pamela Anderson, Kim Kardashian y Kendall Jenner, entre otras, pasaron a la historia de los tabloides cuando se hicieron públicas grabaciones supuestamente privadas de ellas teniendo sexo con sus novios. Aún viven de la fama que les dejó esa incursión en el lado salvaje filmada precariamente pero administrada con suerte y perfección. Las tres han ganado dinero con sus grabaciones. Vendieron sus porno amateur con total astucia.
– La música y porno: el reguetón, el hip hop, el trap. Basta escuchar sus letras para darse cuenta de que son relatos cuyo centro neurálgico es el sexo, descrito con detalles que tienen la finalidad de excitar a quien los escucha. Breves historias calientes en verso, pícaras, donde los límites son los mismos que en las películas triple X.
– Los sonidos en el porno son esenciales. Determinan la calidad de un actor el saber gemir o manifestar su pasión con ruidos o palabras. Desde la respiración hasta las palabras más vulgares son posibles si están dichas con cierto tono que les quite su sentido original y las transforme en expresiones animales de placer. Incluso pueden ser falsas y sobreactuadas manifestaciones tipo: Oh my God!
– Interesa el porno en la medida en que el control es una obsesión contemporánea. En la pornografía se ve desplegada teatralmente la tensión entre poder y control en el plano sexual. Es explícito quién ejerce poder y quién lo padece. Ambos gozan, se supone. Los roles son pagados y, por lo tanto, obedecen a un plan. La ficción del poder (el verdugo y la víctima) es representada de forma habitual y evidente en el imaginario pornográfico. Nadie esconde su pulsión sádica o masoquista. Es un instrumento de trabajo. También el que consume porno puede fantasear y sentirse en una experiencia de control extremo. Ver “bondage” o “sumisión” está en esa línea, muy requerida por los usuarios según consta en las estadísticas.
– La ensayista y narradora Siri Hustvedt escribe: “Mirar pornografía es excitante, pero pierde interés después del orgasmo”.
– El porno es una técnica. Pretende producir excitación en quien lo ve. Absorbe y desarrolla diversas modas visuales con tal de alcanzar su finalidad. Además de provocar sexualmente, el porno está elaborado para dejar enganchado al que mira. Implica una seducción fría: observar una y otra vez el animal que somos. Sentirnos calientes genera sensaciones placenteras.
– No sé dónde leí que ver pornografía es similar a ver programas de cocina: en ambos casos se ve a sujetos hacer cuestiones complejas que uno desearía hacer, pero que por incapacidad, flojera o lo que sea, no hace. Hay un desplazamiento en ese enfoque. La mirada hipnótica del pornógrafo calma la ansiedad por un placer que existe en otra parte, en otra situación, lejana, que le gusta observar y que le da miedo probar en compañía porque implica una cuestión física que no controla.
– El diario La Hora dice: “Chile lideró el consumo de videos en Pornhub en el Día de los Enamorados de 2017. De acuerdo a los detalles entregados por el sitio Pornhub, nuestro país se cuenta como el lugar donde más personas visitan el sitio el 14 de febrero, aprovechando de paso que ese día liberan su servicio premium para todo el público. El tráfico de sitio en este día se incrementa un 7.288% en nuestro país, superando a México, que en el ranking aparece en el segundo lugar con un 4.913%, seguido por Perú (4.845%) y Colombia (4.225%)”. Radio Bío-Bío agrega: “La muestra también dio cuenta de los conceptos más buscados en la red social durante el anterior Día de San Valentín. De acuerdo al sitio web, los vocablos que más se repitieron fueron: ‘Jordi el niño polla’ y ‘Esperanza Gómez’”.
– El porno filmado acontece en una serie de secuencias que van desde el plano fijo, pasando luego por encuadres de partes de los cuerpos, de los rostros, hasta derivar en un extremo close up que termina con la cámara inmiscuyéndose mientras el sexo sucede. La cámara se mueve para mostrar los cuerpos con distancia cuando están desatados. Es evidente cómo el porno juega con la ficción de que el espectador es un tercero involucrado. Esa ficción reiterativa en sus recursos da resultado: produce una respuesta física en el observador. Lo excita.
– La semiología tiene un campo de investigación enorme en el trabajo realizado por la industria porno. Han ejecutado el arte de clasificar pulsiones y perversiones con suma destreza. Los menús que ofrecen son de una sofisticación digna de la semiología más puntuda.
– La sigla MILF, que significa Mothers I’d Like to Fuck, es una de las categorías de la pornografía destinada a mujeres maduras. Ha evolucionado hacia mujeres jóvenes que fueron madres. Esta sigla especializada se ha vuelto una palabra de uso frecuente, incluso en la publicidad. Se vació de su contenido oscuro y lascivo para convertirse en una forma de tratar a una madre deseable, linda. Una mujer adulta sexy. El término ha desplazado su antiguo significado, lo ha legalizado quitándole la procacidad inicial.
– La depilación de las mujeres ha sido influida por la pornografía, especialmente desde los años noventa en adelante, cuando las pornostar de moda venían de los países de Europa del este y Rusia. Eran mujeres que tenían pelos en sus pubis similares a las muñecas Barbie, pero sin los tabúes occidentales. Rompieron los esquemas de lo que podían hacer las mujeres bellas, las princesas. Sylvia Saint fue la actriz ícono de esos tiempos: curvilínea, delgada, no muy alta, rubia y con iniciativa. Fue la primera estrella del porno gonzo, donde lo único que hay es sexo directo, sin preámbulos.
– El ensayo “La imaginación pornográfica” de Susan Sontag, dedicado en parte esencial a la novela Historia del ojo de George Bataille, es un texto esencial a la hora de pensar lo porno. En él se lee: “Los materiales de los libros pornográficos que valen como literatura son, precisamente, una de las formas extremas de la conciencia humana. Indudablemente, muchas personas admitirían que, en principio, la conciencia obsesionada por el sexo puede incluirse en la literatura con forma artística. ¿Literatura de la lujuria? ¿Por qué no? Pero entonces esas mismas personas acostumbran a acotar una cláusula condicionante que en la práctica anula su concesión. Exigen que el autor tome la debida “distancia” respecto de sus obsesiones para que la descripción de estas se pueda definir como literatura. Semejante norma es pura hipocresía, y revela una vez más que los valores que generalmente se aplican a la pornografía son, al fin y al cabo, aquellos que pertenecen al campo de la psiquiatría y de las cuestiones sociales más que del arte”.
– El negocio de la pornografía funciona igual que los rizomas. Obedece a códigos que van modificándose. Se organiza como la mala hierba. Gilles Deleuze describe este tipo de fenómenos. Y podríamos decir, ocupando su lenguaje, que el porno es un “agenciamiento”. Es decir, la asociación de actores diversos para lograr un fin y que luego se unen a otros, y mutan en sus papeles y sus protagonismos. El espectador siempre necesita lo mismo: estímulos y agitación.
– El porno se cuela en espacios diversos; desde el cine hasta la web, desde la literatura hasta la pintura. Necesita estar disponible y por eso encuentra su lugar. Quizás la prueba más directa de la capacidad del porno para entrar a los medios sucedió con la aparición de internet. El deseo siempre tiene compradores porque eternamente habrá un ansioso capaz de pasar su tarjeta de crédito para ver lo que le gustaría hacer. Y los agentes de esta industria están atentos a las nuevas plataformas para inmiscuirse en ellas y obtener dinero. Público no les faltará. Incluso pueden entregar gratis parte de lo que hacen con tal de que paguen unos pocos. El modelo de negocio es excéntrico y ganador. Pero pocos se fijan en él, salvo para condenarlo.
– Cuestiones de actor porno: “En el transcurso de una carrera de ocho años, terminé en la sala de emergencias tres veces. Todo por priapismo. Después de la tercera vez, un médico me dijo que si continuaba usando las drogas podría causar algunos problemas graves a largo plazo, daños como acumulación de tejido cicatricial en mi pene, lo que podría conducir a la impotencia”, comentó Christopher Zeischegg, más conocido como Danny Wylde.
– El porno femenino, representado por Erika Lust y Lucie Blush, contiene escenas de alto voltaje sexual pero no extremas. Son realizadas con actores no profesionales, es decir personas comunes, gordas, flacas, normales. Su repercusión ha sido limitada. Eso sí, el punto de vista que han adoptado es el que impone la empresa y la tendencia del momento. Sus inquietudes son comerciales, no culturales. Estas directoras de porno comercial ponen en duda que haya una mirada femenina pornográfica. Distinto es el erotismo, aclaran.
– En el porno actual la religión católica no tiene ningún papel. El cura y la monja degenerados están fuera de la moda. Pertenecen a otra época. Lo que corre en estos momentos es la cuestión árabe. La expresión de esta tendencia es la demanda por escenas de Mia Khalifa, una actriz libanesa que batió toda clase de records de popularidad por desafiar la autoridad musulmana al tener sexo con velo y con occidentales de raza negra y blanca, por separado y al mismo tiempo.
– Cristián Huneeus, narrador e intelectual chileno, fue el primero que declaró escribir una novela de carácter pornográfico. Se trata del libro El verano de un ganadero, que hoy se lee con placer por su picardía, pero está lejos de ser una obra que cumpla con los cánones del porno. Es muy suave, le falta obscenidad, crudeza, y le sobra elegancia.
– Sudor de Alberto Fuguet es la novela más porno que se ha escrito en Chile, no solo por la cantidad de información sexual que entrega, sino porque sus personajes son reales, con nombre y apellido y están mostrados sin pudores, descritos con impudicia mientras tienen sexo. Fuguet hace permanentes close up a las calles, la ropa, los modos, los genitales, las bocas y manos de sus protagonistas. Cuenta más de lo permitido, menciona más de lo que se debe, traspasa los límites de lo elusivo para incluir lo soez y lo sexy, lo que transgrede. Sudor es una novela excesiva como lo son las películas de Abel Ferrara.
– Catherine Millet escribió: “La libido es el motor de todo. La literatura es un desvío de la pulsión sexual. Para dar una respuesta más precisa, fue recién escribiendo mi libro sobre Salvador Dalí, y después el sobre los celos, que comprendí hasta qué punto la función de la mirada era importante en mi sexualidad. Ahora bien, evidentemente yo soy una crítica de arte, por lo que ejerzo mi profesión a través de mis ojos. Pero pienso que los ojos son un órgano sexual muy poderoso. Es algo que comprendí escribiendo”.
– El porno y el arte contemporáneo tienen una relación estrecha. Algunas obras de Marcel Duchamp, Andy Warhol, Jeff Koons, Mike Kelley y especialmente Paul McCarthy y Sarah Lucas demuestran cuán prolífico ha sido este cruce.
– En el arte chileno, dos artistas referenciales han trabajado con la mirada pornográfica: Carlos Leppe, quien hizo del close up un arte, y el pintor Juan Dávila, que trabajó con el porno de forma más literal. Leppe muestra un cuerpo que es el revés de la belleza concebida por la publicidad. Un cuerpo obeso que se exhibe como si fuera una diva del cine. Un cuerpo fotografiado por trozos y cuyas partes íntimas son escondidas perversamente entre las piernas, en un gesto que juega con lo travesti y con lo infantil. Leppe expone descarnadamente la pose torcida que se ve en el encuadre porno lumpen.
Las pinturas de Dávila son literales en su manejo de la pornografía como símbolo. Dávila despliega un estilo que proviene de cómic, donde las figuras son menos perturbadoras pues han sido sometidas al dibujo, perdiendo el vínculo con el morbo de la carne y del cuerpo. El porno de Dávila es semejante a los dibujos cochinos que hacen los alumnos en sus horas de ocio.
– Los reality son pornografía. Y la farándula es una versión soft y moralista del porno televisivo. Mientras que las notas humanas, las filmaciones de policías deteniendo personas y los juegos de identidad son extremadamente sucios. Son largos minutos donde las cámaras solo están guiadas por el morbo y donde priman los detalles por sobre los planos generales.
– Qué se ve en los portales porno cuando se pone la palabra Chile: escenas de televisión, incesto, sexo en la línea cuatro del metro, la película Panochitas que se filmó en un sórdido hotel de Santiago con prostitutas baratas y actores famosos. También se puede ver en acción al actor chileno Julian Andretti, una estrella del circuito internacional, que a veces sale con la camiseta de Colo-Colo haciendo pericias sexuales. Otro nombre asociado a Chile es el de la actriz Tara Holiday, una chilena madura que se fue a Los Ángeles a ejercer como actriz entregada a experiencias fuertes. Lo de ella es el porno duro, el masoquismo.
– Hay una perspectiva pornográfica. Una mirada que enfoca y toma distancia guiada por un deseo por revelar detalles libidinales. Es la perspectiva basada en el zoom, en ampliar. Es lo que hace Bolaño en pasajes de sus libros y, en particular, en la parte de las mujeres asesinadas de 2666. Despliega su técnica más sofisticada para lograr un efecto de frialdad y morbo. Conocemos demasiado de los cuerpos muertos de las mujeres mexicanas. Leemos en calidad de necrófilos, a eso nos obliga la obsesión de Bolaño por describir clínicamente a las asesinadas.
– Manuel Puig es otro autor que tiene una perspectiva porno cuando nos introduce en los cajones de la ropa de sus personajes. O cuando narra escenas de sexo. The Buenos Aires Affair es la novela porno argentina que cala en la sexualidad ambigua y compleja de un macho y una mujer débil y sensible. Leerla causa sensaciones, remece, calienta. No por la historia, sino por cómo Puig dirige el relato. Entrega detalles, diálogos y escenas que vibran sexualmente. Lo porno en él radica en cómo exhibe las emociones a través de formas artificiales, quitándoles dramatismo y dejando al desnudo el poder y sexo unidos.
– Las adolescentes de Disney son porno. La forma de exponerse que tienen es sexualizada y fuera de norma; su cosmética y diseño están hechos para seducir subrayando los movimientos del cuerpo.
– Pier Paolo Pasolini reventó los recursos del porno en su película Saló, o los 120 días de Sodoma. Dejó en ridículo las aspiraciones por epatar con prácticas sexuales que son consideradas parafilias. Mostró el lado feroz y enfermo del porno y, a la vez, expuso los cuerpos con mayor descaro. En lo que perdió fue en que su filme no se puede ver por su extensión. Es tan pedagógico y literal –eso también asocia este filme a la pornografía– que cumple siempre con ambos requisitos. Pasolini le dio belleza y revulsión al lenguaje porno.
– La pornografía es un entretenimiento gratuito y que suele lograr su cometido: excitar al espectador, a veces, pese a su desagrado o reticencia moral. Eso irrita a quienes creen en la represión.
– El porno es ácido, sucio, pop. Está lejos del romanticismo. Está destinado a levantar el ánimo, despertar energía, generar que el espectador actúe, se masturbe. El porno no acompaña luego del orgasmo al que incitó. No calma. Está diseñado para incitar un estallido. Por eso los videos siempre tienen un final predecible: el hombre acaba en la boca de la mujer. Luego esta se traga el semen con delectación. Cero elegancia, ninguna elusión. La fineza no es parte del porno. – Deberíamos considerar que el porno es un consuelo degradado, un destino diferido, una probabilidad ante la soledad. Verlo es una práctica que después de cierta edad cobra una dimensión patética. Se supone que no es para viejos, ni para gente delicada y limpia. Los que habitan esas ficciones no comprenden el porno, su utilidad equivalente