Miro fotografías de Patti Smith joven. En las que le sacó Robert Mapplethorpe sale desnuda, frágil y masculina. Norman Seeff la muestra en una actitud desafíate en medio de la pobreza. Su pose es punk. Su amiga Judy Linn le retrató enamorada de Sam Shepard, besándolo y tomando café junto a él. Son imágenes en blanco y negro. En todas muestra un aura de melancolía y un gesto sexual: no esconde su deseo, su mirada es directa, instintiva.
Me tocó conocerla hace más de diez años. Me invitaron a comer con ella los escritores Belén Gopegui y Constanino Bertolo. Estaba de gira por Europa, se había convertido en una fanática de la literatura de Roberto Bolaño y en amiga del crítico Ignacio Echevarría. Recuerdo que llegué temprano al departamento de mis amigos. Estaban los tres conversando de política. Me fijé que no había nada preparado. Comeríamos en la cocina, me dijeron. Al rato llegó Patti Smith vestida con jeans, camisa blanca y con una guitarra en la mano. Era idéntica a las fotos que había visto de Annie Leibovitz, quien la capturó en su madurez: flaca, alta, canosa. Lo primero que hizo al llegar fue preguntar por lo niños. Al instante aparecieron. Estaban esperándola más ansiosos que el resto. Ella quedó de cantarles sus canciones preferidas. Lo curioso era que nadie hacía mucho esfuerzo por hablar en inglés. Sin embargo, se podía conversar tranquilamente entre gestos y frases sueltas.
Mientras Constantino preparaba unos tallarines con morcillas nos sentamos en una mesa pequeña a conversar. Patti Smith solo toma agua. Es de una austeridad total. Sana y discreta. Contó que estaba agotada de las comidas formales, llevaba meses de invitación en invitación y eso era lo peor de ser estrella de rock. Nos advirtió que no la confundiéramos, ella no era una intelectual, sino una artista. Quería marcar esa diferencia. Una cosa era el placer de leer y compartir sensaciones, otra muy distinta consistía en elucubrar como Susan Sontag. Le pregunté por qué conocía Nicanor Parra. Me contestó que lo leyó por consejo de Allen Ginsberg. Estaba impresionada de su longevidad. El vínculo de Patti Smith con la poesía es crucial en su formación. Su destino está marcado por su encuentro con la obra Rimbaud. Y uno de sus primeros hits fue “Horses”, un texto poético que empieza entre susurros y evoluciona con un ritmo hasta terminar a gritos.
La vi manejarse en la mesa con distinción. Se paró a ayudar con los platos y celebró el hecho de discurrir con otros sin premura. Relató cuentos de sus años de miseria en Nueva York. Confesó que sentía nostalgia por los amigos muertos. Después de un café pasamos al living. Tomó su guitarra, la afinó, y cantó de manera fuerte e impresionante “Because the Night” y “Dancing Barefoot”. Fue una experiencia imborrable ver como dejaba en segundos de ser una mujer austera y modesta y se transformaba en una voz nítida, tremenda, nos tenía colgados a sus vibraciones. El momento culmine llegó cuando nos dijo que le encantaba celebrar a quienes la inspiraban, por eso hacía versiones. Interpretó “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana en un tono bajo y lento. Luego estuvo un buen rato preguntándonos de música. Me di cuenta que era una erudita en pop, rock y jazz. Sus gustos eran sofisticados, puntuales.
Nos fuimos tipo una de la mañana. Salimos a tomarnos un taxi. Caminamos varias cuadras. En ese instante me percaté, por fin, que estaba viviendo una situación especial. Patti Smith con Ignacio Echevarría iban delante de mío en busca de un auto. Yo fumaba unos pasos más atrás. Hasta que decidí separarme. Me quedé con la impresión de haber estado con una mujer romántica, que cultivaba su inocencia.
Volví a divisarla hace unos días en la Universidad Diego Portales. Estuvo invitada a un diálogo. La acompañó un público que la idolatraba. Genera euforia. Sabe sintonizar a nivel físico con sus fans. Mostró su entusiasmo por la literatura. Habló de la escritora Nona Fernández, que estaba en el público y subió al escenario. Muchos lloraron o movían sus manos cuando entonó con energía People Have The Power. Una amiga me comentó: qué Patti Smith esté en estos días de revuelta social en Chile, es un hecho cultural inolvidable. Es lo único que no se ha cancelado. Tiene toda la razón.