Observar fotografías es una forma de dialogar con el recuerdo y las asociaciones que se desprenden de una versión acotada de la realidad. Al mirar fotos asumimos que estamos ante una transcripción de lo que pasó, incluyendo las modificaciones inesperadas que interfieren en las escenas producto del azar. El talento de fotógrafo opera como un mediador, por no decir medium, que fija con su ojo y selecciona los encuadres y fragmentos de aquello que salen a la luz y así elude el olvido. Con razón Barthes señaló que “los fotógrafos eran agentes de la muerte”. Mirar imágenes es un ejercicio de nostalgia, una forma de disolver el olvido. Para el artista Jasper Johns, la fotografía era “un objeto que comenta la pérdida, destrucción, desaparición de objetos. No habla de sí misma. Comenta sobre los demás”. La pregunta que surge entonces es qué tipo de comentarios visuales o fotografías me interpelan. O sea, cómo me gusta que me hablen de la muerte. Por supuesto que de diversas maneras y desde ángulos distintos, sin exclusiones. Pero sobre todo me interesa una fotografía cruda y sincera como la de Julia Toro.
En Amor x Chile, el volumen que reúne su obra, el tono del comentario de Julia Toro es melancólico y pop. En cada enfoque se nota cómo su mirada se posa en lo privado y en lo público sin juicios, con una economía de recurso prodigiosa (blanco y negro puro) y con una amplitud de registros que pasan de lo casual al documento, y de lo ominoso hasta lo sexual. La soltura de sus tomas solo puede calificarse como naturalidad, que es un sinónimo de franqueza. Claudio Bertoni señala respecto de la obra de Julia Toro: “Me gusta porque su fotografía nunca es cruel, porque su fotografía está siempre enamorada de lo que fotografía, porque su fotografía no se burla nunca de nadie, no expone, no delata, no se aprovecha, no es nunca desconsiderada con nadie, porque la Julia no es el vampiro de nada ni nadie cuando fotografía”. Ante este comentario, sólo resta asentir.
Me cautivan en especial los retratos de Julia Toro. Calan a los personajes en su entorno desde una perspectiva oblicua. Dejan ver con delicadeza el carácter del fotografiado a través de detalles y texturas. Dentro de muchos fotografiados, aparecen Martín Cerda, fumando con media sonrisa irónica; Alfredo Castro, animado en una inauguración de arte con un trago en la mano; y, Eugenio Dittborn, amurrado y suspicaz, con su inefable chaqueta de tweed. Pero sin dudas las más conmovedoras son las fotos de Jorge Teillier en bares, sonriendo rodeado de una atmósfera alcohólica. Y hay un par de fotos de antología del mismo Teillier, donde asoma nítido su rostro curtido y despejellado por la vida con su mirada de niño. También está esa pieza de culto, por su efecto teatral y su locura vibrante, que es la imagen de los poetas Rodrigo Lira, en situación enfática y mordaz con chaqueta y corbata estridentes, junto a Paulo de Jolly, que está sentado con la vista gacha, vestido como un señor a la antigua en dictadura.
El pintor Juan Dávila le dedica un texto a una obra de Julia Toro que muestra a tres obreros descansando. Es un breve escrito apasionado que le da el título a este volumen y que refiere al deseo, los signos y la política. En él, Dávila advierte: “La luz modela la sensualidad, el calor, el abandono al labio del obturador”. Los fotos de cuerpos que hace Julia Toro poseen un aura erótica ineludible, un humor y una libertad que se percibe en cómo asumen sus cuerpos los que son captados. No es casual que Dávila esté presente en este libro. Sale fotografiado a torso desnudo. Y está en una serie que sacó Julia Toro y Jaime Goycolea a la histórica performance que realizó Dávila, Carlos Leppe y Nelly Richard el año 1983 en el Instituto Chileno Francés. Dávila es uno de los artistas de mayor tonelaje de nuestro país cuya obra desconocemos por completo por la pacatería y la falta de voluntad cultural que embarga a instituciones como el Museo de Bellas Artes. Su fantasma asecha en las páginas de Amor x Chile, un libro que desata la memoria y libera las pulsiones.