Para quienes los experimentan son tan convincentes como pueden serlo cualquier
experiencia directa de los sentidos, y , por regla general, son mucho más
persuasivos de lo que son jamás los resultados que establece la lógica.
W. James. Las variedades de la experiencia religiosa
Mis indagaciones al respecto se han visto confirmadas. La exposición de Natalia Babarovic, Retratos, mayo de 1998, suscita aún inquietudes. Todavía siento el estupor que los afantasmados sujetos retenidos en pintura me provocaron al observarlos en una antigua residencia donde estuvieron clavados en sus paredes. Caras y figuras envueltas en los sueños de una vigilia perpetua. Sus miradas, portes, gestos y vestimentas, consecuentes con la contingencia de los modelos, simulaban un guiño de modernidad, según el precepto de Baudelaire. Pero estos detalles sólo son perceptibles como una cruel acotación bajo la extrañeza que otorga la luz mortecina que inunda los escenarios en los que moran.
Natalia Babarovic, refugiada en su taller de la sordina convaleciente de un arte sin posibles herederos sanguíneos, se impuso la prohibida tarea de invocar a través de diversas formas de manipulación del óleo, material de connotaciones religiosas y ceremoniales, la cierta e imposible representación de rostros y fachas de personas vivas. Su intención fue materializarlos como presencias ignotas, parecidas y distintas de sí mismos, a la vez que lejanos según una fría medida no sublimatoria. Dejo constancia de no ser el único que vio, más acá o allá de las espesas capas de pintura, cuerpos que se sostenían de las telas. La dimensión casi humana de estos retratos colabora deliberadamente con la cualidad espectral que afecta a las imágenes. Se suma a ello, el hecho positivo de ser yo una de las presencias, alejado en mí, al otro lado, con mis inefables rasgos en una situación metafísica inexpugnable.
Probablemente el indicio más fácil para detectar lo sobrenatural en estos trabajos lo aportan los títulos: Aún no se van, Aparición de Neil Davidson, Melancolía Artificial, Al otro lado, Para que me conozcan, o Boda campestre. Son una clave de entrada para las miradas escrupulosas. Cada obra se espejea con su título, no se ilustran ni juegan al ingenio. Las palabras, se sabe, son un elemento fundamental a la hora de convocar resonancias extraterrenales.
La desrealización que genera el roce entre las figuras y los escenarios que éstas habitan, ambiguos en su profundidad y atemporales, envuelve al espectador en una niebla de perplejidades en torno a la ominosa sustancia real que eventualmente se agita tras la máscara de pigmentos que impregnan las telas. Ejemplos que lo certifiquen son fácilmente reconocibles debido a una levitante atmósfera que se desprende de ciertos detalles turbadores: un fragmentos de cielo nocturno, zonas blancas contrastadas con sombras improcedentes, raras inmediaciones, un paño drapeado aludiendo a una ausencia latente, un sillón de madera modernamente antiguo, paisajes de índole lunar o esteárica, ocasos, un arcoíris, rostros deslavados, habitaciones monacales, cortinas, una mano hinchada hasta la deformidad y otra semejante a una zarpa. Estas peculiaridades, a veces solapadas y otras veces feroces, forman el estadio más visible de la evaporación de lo real a la que se atienen estos trabajos.
En otro aspecto, estos retratos eclipsan mediante un aura espectral a sus referentes, acentuando o arrasando con sus facciones para provocar desajustes. En este estrato se origina la operación formal de darle valor al peso específico de la pintura tratada o ausente sobre las telas, y de hacer palpitante las texturas y los volúmenes. El espesor es equivalente a la conjunción de maneras de pintar a otros; ciencia oculta hoy, que en este caso es utilizada para atrapar la primera vista con un aparente realismo expresionista virado. Para quien continúa contemplando, una situación oscura se pliega al inicial reconocimiento: el espectador se ve alterado por las manchas intencionadas sobre las caras, por las muecas, y en especial, por el conjunto de las obras montadas como una galería de ojos incandescentes que pueblan los rincones de la sala. Henry James sostuvo que bastaba una pose para obtener una situación; me concedo el derecho de creer que al pintar estos retratos en tercera persona, se cotejaron esas palabras.
El manejo de la fotografía como ayudamemoria, es otro de los médiums reconocibles. Se sabe de los vínculos con la muerte y sus apariencias que cada gatillazo de un obturador proporciona. Este trágico y moderno designio se exagera cuando está marcado por la sorpresa. La fotografía de un referente desprevenido persigue mostrar perfiles y facciones de índole privada, despojando al fotografiado de su integridad espiritual relajada. Confieso haber visto fotos de sonámbulos diurnos.
La irrealidad de estos trabajos se sustenta también en la opción de escoger a personas cercanas, al igual como lo hicieron los pintores de corte, para escarbar en la fantasmagoría que procede de ellas. Los más conocidos amigos suelen extraviarse en la cotidianeidad fijados por las marcas de sus devenires extrañamente próximos. Giran y hablan en presente y pasado, nadie sabe con certeza si es en la realidad o en la suposición en donde se comunican con nosotros. La casi inconciente verosimilitud que nos entregan desdibuja sus contornos en los silencios; son las apariciones fraguadas en la sinceridad de las actitudes.
El conjunto de estas mediaciones se anudan en una experiencia más difícil de negar que fácil de comprobar, la cual dicta que en las apariciones y en los sueños los partícipes se desplazan por lugares inusitados. Habitan escenarios que recrean una geografía imaginaria en donde se despliegan sus impulsos, actos y máscaras.
Los procedimientos pictóricos, deliberados y levemente enrarecidos, emulan esta situación a través del manejo libre de variadas técnicas, posibilidad que no cesa de obnubilar a quienes intentan bisecar estas obras con gruesos instrumentos de alguna ideología o analítica fugaz. La oblicua complicidad con las distintas tradiciones pictóricas del retrato, es una de las más hábiles celadas de estos cuadros. Los fantasmas ocultan su transparencia con barnices, veladuras, colores, trazos y manchas. Conocen bien el pasado, y del tiempo y sus repliegues se revisten. En ese aspecto es pertinente parafrasear lo dicho por un personaje de Balzac, el pintor Frenhofer: gracias a una serie de pinceladas y resaltos muy pastosos, he podido atrapar algo de luz y combinarla con la crudeza de la tela, y como por medio de un trabajo contrario, borrando ciertos contornos y el grano de la pasta, revertir el presuntuoso afán por estampar la realidad de alguien.
En esta muestra, las presencias de cuerpos fugados a una indetectable zona, comparten sus residuos reales con la imagen fantasmal y metafísica que esparcen. Colgados en las paredes encandilan con el subyugante halo poético que emiten. En el siglo I de nuestra era, Horacio enunció en su Arte poética una premisa concluyente sobre la relación entre la poesía y la pintura: «Pintor es el poeta: de sus cuadros éste gusta de cerca, aquél de lejos; cuál busca media luz, cuál desafía la luz abierta y del perito el fallo; pierde éste, esotro con el tiempo gana». Estos versos fueron aprendidos durante diecinueve siglos, quien haya tenido en suerte toparse con ellos, entenderá que estos óleos se inscriben en un pliegue histórico más sutil que los indómitos y lesos desparpajos vanguardistas, y que conectan con necesaria asertividad sinuosidades materiales, apariencias, destrezas, evocaciones y una contenida aunque desafiante, propuesta vital. Las molduras no pueden encerrar estas telas, no penden de marcos ni de maquillajes. Son obras que diluyen la realidad para extraer la presencia de cuerpos ubicuos. Razón que justifica las atribuciones y el desplante técnico que se rastrean.
Desde aquí veo a Natalia Babarovic acompañada por el sonido apagado de sus recorridos. Sola en su taller, escucha el tenue murmullo que surge de las imágenes desrealizadas que induce con sus pinceles. Trabaja inspirada en presentimientos. Por debilidad, a la vez, pienso que estas afirmaciones sobre sus desplazamientos intentan acotar una zona escurridiza y, seguramente, indigna para los fatuos pirrones. Para horror de ellos solicito a un notable espectro; la paciencia no perdona los excesos de tinta. El seco filósofo alemán Arthur Schopenhauer, anotó en su Ensayo sobre las visiones de fantasmas: «La creencia en los fantasmas es innata en el hombre: se encuentra en toda época y país, y quizás ningún hombre está totalmente libre de ella. Ya la masa y el pueblo de todo tiempo y lugar distinguen lo natural y lo sobrenatural como dos órdenes de cosas totalmente diferentes, y sin embargo, coexistentes. A lo sobrenatural atribuyen sin vacilar los milagros, los augurios, los fantasmas y la brujería, pero además admiten también que en el fondo nada es completamente natural, sino que la naturaleza misma se apoya en una base sobrenatural». Unas páginas más adelante sostiene que «la perplejidad que conlleva el examen de las visiones y las apariciones procede de que en estas circunstancias el límite entre el sujeto y el objeto, condición primera de todo conocimiento, se vuelve enigmático, impreciso, e incluso, borroso».

