Al parecer los libros de José Donoso se leen menos que décadas atrás. Es una lástima. Pero a la vez es normal el declive de la atención sobre las figuras totémicas de una cultura después de más de una década de muertos. La inmortalidad consiste en una cadena de olvidos y redescubrimientos. Tampoco su obra fue demasiado popular. Su importancia social radicó en su pertenencia al célebre boom latinoamericano, del cual en efecto era un miembro, el raro, qué duda cabe.
Donoso en sus libros El obsceno pájaro de la noche y El lugar sin límites creó uno de los más legítimos espejos donde mirarnos. En ellos están descritos con detalle nuestra hipocresía, los placeres ocultos, los horrores y angustias de diversos tipos humanos tan chilenos como extraños. En ambos libros enseña la decrepitud, el esnobismo, la impostura y la decadencia de un orden social machista y violento que va quedando en el pasado, pese a sus estertores desesperados por mantenerse en el poder y no salir de escena.
Me tocó leer a Donoso en el colegio. El culpable de ese acierto fue mi profesor de castellano de primero a cuarto medio, Roberto Alderete. Él me introdujo a un tipo de lecturas que podía comparar con lo que vivía en mi casa, en mi barrio. Recuerdo que comenzamos con Donoso por los relatos, y después pasamos a Coronación, Este domingo, El jardín de lado, hasta llegar a El lugar sin límites y El obsceno pájaro de la noche. Jamás olvidaré la impresión que sentí cuando cerca de la página 90 de El lugar sin límites percibí que el narrador era una vieja travesti. Sentí que Donoso me había hecho pasar por una experiencia perturbadora, desconocida hasta ese momento. De ahí en adelante, nunca más confié en los narradores.
Si bien las diferencias entre lo que describía Donoso y lo que yo vivía eran obvias, sentí cuando leí Este domingo que la matriz con que estaba siendo educado, aquella que conocía, era semejante en cierto punto a situaciones que había visto de rebote o que había escuchado en la cocina. El jardín de lado vino a confirmar esa intuición, más que por la exterioridad de sus personajes, por sus estructuras mentales similares a las de determinadas amigos de mi padre. Independiente de las tramas, lo que distinguí desde joven en la literatura de Donoso eran sus atmósferas sofocantes y caducas. Me parecía muy auténtica la forma en que se expresaban sus personajes (con determinados tics), por no decir iguales a como hablaban las viejas chuñuscas, los marginales, los patrones, los solteros, las histéricas, los loquitos, los pitucos decadentes, los fracasados y otra caterva de neuróticos que desfilan por el mundo de Donoso y que se aproximaban demasiado a los que conocía por intermedio de la familia, del colegio y de los amigos. Nunca viví en esas casas enormes que describe Donoso y que tanto importan en su geografía; no obstante, había visitado un par de casonas abandonadas y en ruinas, y sabía que existían dos o tres más cerca de la casa de unos primos.
Por curiosidad me he puesto a releer a Donoso durante este año. Lo he hecho en forma intermitente. Logré zafarme de la pregnante sensación que me había dejado el libro de Pilar sobre su padre, Correr el tupido velo, cuya valor literario y sentimental sospecho que aún no lo aquilatamos. Me temo que es una de las autobiografías más conmovedoras y significativas que se han escrito en Chile. El punto es que me volví a “encontrar” con Humberto Peñaloza, el Mudito, ese ser humano deforme, ese imbunche maltrecho que se mueve con desconfianza y miedo, que sabe lo que es el abuso y el desprecio de los señores de alcurnia, sumergido en las páginas de El obsceno pájaro de la noche como un sujeto terminal, una metáfora de lo cruel y monstruoso, y de esas jerarquías de clases inverosímiles, en donde Huberto Peñaloza es el último, el pobre, el otro, el de los mandados.
Recuerdo haber escuchado a algunos lectores declarar ciertas reticencias sobre los libros “difíciles” de Donoso. Está claro que aquello que escabullían o descartaban era penetrar la parte escabrosa, el espejo oscuro que relataban esos libros. Preferían su primera época. Lo decían frunciendo la boca, con seguridad, como si Donoso hubiera errado el camino al zambullirse en el mestizaje, en la mitología y en los bajos fondos.
Lejos de las valoraciones académicas o de los manierismos de la moda, es productivo zambullirme en la literatura de Donoso con distancia crítica. Late en ella un Chile sumergido que apenas divisamos y un Chile que agoniza. En sus textos está cifrado el inconsciente colectivo de una parte substancial de este país. Las pulsiones de muerte, la vergüenza, la traición y la culpa que nos invaden están narradas en sus libros con una vibración y originalidad asombrosas.