La presencia de Claudia Donoso en mi vida ha sido constitutiva. Desde niño que vengo leyendo sus entrevistas y reseñas culturales. La información que extraía de ellas fue un alimento para mi cartografía de la literatura y el arte en Chile. A través de lo que escribía en distintos medios, supe cómo trabajaban artistas como Eugenio Dittborn, Carlos Leppe y Juan Pablo Langlois, y escritores como Adolfo Couve y Enrique Lihn.
Luego conocí por medio de mi padre el libro, “La manzana de Adán”, que hizo junto a la fotógrafa Paz Errázuriz y que tiene el aura mítica de los precursores. Recuerdo que cuando llegó a mi casa sentí que estaba ante lo que nunca había visto. En este caso, se trata de una obra sobre el travestismo, en la que Claudia Donoso hace una labor de investigación compleja y logra darle una voz sostenida y verosímil a sujetos desajustados a la sociedad.
Este último tiempo, lejos del periodismo, la Donoso ha irrumpido con collages y fotografías de una belleza perturbadora. Son trabajos visuales sutiles y, a la vez, contundentes. El tema que reúne a parte de los collages es la metamorfosis, el cambio de piel, la transformación alucinada de entidades que oscilan entre lo animal y lo humano, entre el pez y la vedette.
Sus fotos, en cambio, tienen otros anclajes. Algunas son registros de acciones performáticas que la misma Donoso realiza alterando su cara con gestos o con el uso un guante negro. Otras fotos figuran como registros de epifanías metafísicas y nimias, como la dramática caída de un paño al suelo.
La única novela publicada por Claudia Donoso se titula “Insectario amoroso”, y es un libro extraño y fascinante. Está tejido como un conjunto de fragmentos que se vinculan subterráneamente, en los que la imaginación transita por lugares extravagantes solo guiada por pulsiones. Esta escrita con una técnica tan perfecta que no se nota. El lector se sumerge en una prosa expedita y barroca que permite visitar con el lenguaje zonas escarpadas, en las que se observa un paisaje expresionista con personajes que parecen máscaras. La lectura de este libro es un devenir acompañado de un sentido del humor oscuro, lo que desarticula cualquier interpretación obvia que uno quiera darle a los relatos incrustados en este tejido.
El imaginario que despliega Claudia Donoso va desde escenas impregnadas de erotismo oriental a otras de índole cotidiana, aunque siempre enrarecidas por la ambigüedad. Donoso refiere situaciones torcidas, con personajes que se perfilan con especial acento por su intensidad sentimental. Son las voces que urden fantasías con los residuos del habla. Son escenas capturadas con la sagacidad de un cazador. Diría, incluso, que son imágenes que remiten a una intimidad vista a través del velo del sarcasmo, la angustia, pero, sobre todo, del deseo.
Este último aspecto, privado e inalienable, con sus espejismos e impudicia, es lo que explora Claudia Donoso de forma impenitente y diestra, como si se moviera en una casa oscura que bien conoce. Para iluminar este espacio, se vale de una prosa que brilla por su soltura y capacidad de asombrar con giros o frases que parecen versos, como cuando escribe: “Cada almena, cada piedra, cada ojiva se han alzado para edificar la eternidad; cada muesca en la piedra, cada empalme diseñado para mantener esa certeza. El balcón que ya no está y el hueco que dejó es proporcional a la catadura de la pareja que alguna vez se apostó en él para saludar al mundo”.
En estas páginas, ilusionadas y espesas, las instantáneas de fugaces situaciones, las historias oblicuamente evocadas y los diálogos fuera del orden convencional, componen un volumen dispuestos de manera equivalente a un palimpsesto y un plano emocional, donde gravita la pasión y sus alcances. Esto se traduce, al final de la lectura, en que aquello que recordamos del libro es, antes que nada, una atmósfera sensual y sofocante.
Sin dudas este es un libro asimilado por el cuerpo de su autora. Está escrito desde sus tensiones, con paciencia y ardor. En él las impresiones son cristalizadas en palabras inequívocas, las que conforman una proyección de los dobleces afectivos que nos invaden.
Claudia Donoso con “Insectario amoroso” entrega una obra sin complejos estéticos, desafiante y lejana a los miedos de los narradores que aspiran a la imitación de lo real o a las escrituras programáticas y políticamente correctas que tanto le interesan a la academia norteamericana. Por el contrario, esta es una obra subversiva, en la cual lo autobiográfico se disuelve en oraciones que llegan a palpitar y a veces a confundirse con los sueños y los engaños que la memoria nos entrega en nombre del pasado y de la identidad extraviada.