Quienes conocieron a la escritora uruguaya Idea Vilariño no quedaron indemnes ante el aura hierática y seductora que irradiaba su figura. En los círculos literarios rioplatenses su actitud en extremo silenciosa no pasó desapercibida desde los años 50 a los 80. Era flaca, fumadora, de salud frágil, rasgos filudos y mirada fría. Cautivaba la atención con su independencia e intensidad. El escritor español Antonio Muñoz Molina recordó, en una magnífica crónica, la revelación que significó para él la lectura de sus libros y la impresión que le causó esta mujer distante e irresistible de la cual ya había oído el mito que la vinculaba como amante a Juan Carlos Onetti.
Idea Vilariño ahora es una anciana delicada, y los homenajes comienzan a ubicarla en el lugar de privilegio que le corresponde en la historia literaria, pese a su resistencia. La prestigiosa editorial Lumen publicó este año su Poesía completa con un éxito de crítica avasallador, convirtiendo a este libro en un verdadero hallazgo. Poco tiempo antes, ella misma había entregado parte de sus diarios de vida y de sus últimos textos para que aparecieran en un libro de circulación restringida. Pero lo definitivo, en síntesis, es que Idea Vilariño, con sus poemas escuetos, al hueso, se ha vuelto ineludible.
Fue compañera generacional de Ángel Rama y de Emir Rodríguez Monegal. Tradujo a Shakespeare, y realizó una labor impecable como crítica literaria y ensayista. Escribió para las revistas Clinamen y Número. Rechazó el Premio Nacional de Literatura fiel a su integridad. Escribió repeliendo lo ornamental, las palabras innecesarias. Sus obsesiones fueron clásicas: el amor, el sexo y la muerte. En su original escritura se fusionan diversos ecos: la lírica griega y latina antigua, el modernismo, la canción popular, los imaginistas ingleses y americanos auspiciados por Ezra Pound, además de la poesía de William Carlos Williams. Su libro más conocido se titula Poemas de amor, y está dedicado explícitamente a Juan Carlos Onetti, en calidad de protagonista. Son textos desgarrados y feroces, que expelen una franqueza categórica. En su poema, No mirarte, escribe: “Es verdad que entendés / o ése es tu juego / comprender / ver / saber / o de verdad podes ver con mis ojos / cómo no lo ves todo / no seguís hasta el fondo / hasta tocar la nada / y si ves con mis ojos / y si tanto entendés / cómo no viste en ellos / cómo no viste / no miraste / un pequeño animal que pedía aire / que ardía / se asfixiaba / se moría”.
Según su propia confesión, la Vilariño conoció a Juan Carlos Onetti en 1950. El había publicado La vida breve con escasa repercusión. Ella tenía dos libros de poemas. Fueron amantes por cuarenta años. La relación fue tormentosa, tal como lo atestigua esta declaración de ella: “Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: sos un burro Onetti, sos un perro, sos una bestia. Y me fui”.
Onetti le dedicó su libro Los adioses. Y cuando lo tomaron preso los militares, a la salida del suplicio recibió la visita de Idea, su amante. Luego partió exiliado a España con su mujer legal. Una vez allá, le preguntaron por la Vilariño, y contestó: “Yo creo que lo suyo era algo muy cerebral. Y también un asunto de cama”. Su cínica respuesta es digna de sus oscuros personajes, y está impugnada por los rotundos poemas de la Vilariño.