Robert Walser

Un cero a la izquierda

-una aproximación a Jocob von Gunten-

El estilo de Robert Walser tiene que ver con el zigzag de la mirada.  Goza de una particular virtud para asomarse a la realidad interior de sus personajes y mostrarla escurriéndose prodigiosamente por entre los dobleces de la sicología. Estilo fraguado en la siguiente premisa, anotada por el mismo autor: “Escribir es algo que tiene que ver con la pasión contenida”, a la que se agrega el convencimiento de que “gracias a la lectura atenta de un texto se puede reconocer a cierto tipo de personas”. ¿Y qué tipo de persona refleja la escritura de Walser? La respuesta es nítida: un sujeto disciplinadamente alucinado, que, como señala Walter Benjamín, posee “esa torpeza casta y llena de habilidad, al mismo tiempo, con respecto a las cosas del lenguaje, que es un don de los insanos”. En este caso, se trata principalmente de la manía ambulatoria, enfermedad que ha convertido al escritor suizo en un misterio, otorgándole a su biografía una importancia que potencia su obra.

Según el analista Wilhelm Stekel, la manía ambulatoria “se manifiesta cuando lo cotidiano ya no nos satisface”; es decir, en estados crepusculares. Y los pacientes que la sufren, “sienten una penosa inquietud, cuyo motivo ignoran”, razón por la que viajan bajo el subentendido que lo hacen como “una incursión al mundo infantil y a lo desconocido”. Huyen del hogar natural en busca de un hogar simbólico, posiblemente anclado en una niñez extraviada en la memoria.

“Jocob von Gunten”, la tercera novela de Walser, escrita en 1908 y publicada en 1909 con una crítica casi nula, a excepción de una elogiosa nota de Herman Hesse, es, qué duda cabe, su libro fundamental, tanto por su tono autobiográfico, que el mismo autor denominó como “temerario”, así como por su extrañeza. Redactada en forma dediario de vida, narra las vicisitudes de un joven pícaro y zafado proveniente de una familia acomodada que por una decisión un tanto confusa y que continuamente intenta aclarar, se interna en el “Instituto Benjamenta”, donde se les enseña a los escasos alumnos que quedan a ser unos dichosos subyugados: “no esperamos nada; es más, nos está terminantemente prohibido albergar esperanzas de vida en nuestro corazón, pese a lo cual vivimos muy alegres y tranquilos”.

Entre las explicaciones que elucubra el protagonista para justificar el haberse convertido en “un cero a la izquierda” gracias a las lecciones que se le imparten, quizás este párrafo sea suficientemente iluminador de su perspectiva frente al mundo: “Es cierto que todo nos mueve a recordar, a hacer preguntas y comparaciones. También es preciso pensar, y mucho. Pero someterse es muchísimo más refinado que pensar. Quien piensa se subleva, y esto es tan feo, tan nocivo…¡Si los pensadores supieran cuántas cosas echan a perder!”. Es decir, al alumno von Gunten, no le importan aprender información; muy por el contrario, piensa que “el sol brilla sólo para quien se siente honesta y legítimamente cansado”, nada más. Es por eso que el Instituto Benjamenta es un sitio en el que no se inculca otro asunto que una especial disciplina sin otro fin que aplastar la conciencia hasta convertirla en un reducto limitado e infranqueable que admite toda vejación como forma de enaltecimiento: “Nos dan a entender claramente que la coacción y las privaciones ya son formativas de por sí solas, y que en un ejercicio simplísimo y en cierto modo necio hay más beneficios y conocimientos verdaderos que en el aprendizaje de una larga serie de conceptos y acepciones”.  

La prosa de Walser es suelta y dúctil, especialmente en “Jacob von Gunten”; va de una asociación a otra sin quedarse atrás a la hora de los sarcasmos. Las frases son cortas y punzantes; el tiempo cronológico esta disuelto, y el espacio es un escenario ilusorio que representa a un colegio en decadencia dirigido por un oscuro director.  La materia que se pasa en clases por la única profesora del lugar está contenida en el manual “¿Qué objetivos persigue la escuela de muchachos Benjamenta?” Los compañeros de Jacob son escasos, y entre ellos resalta Kraus, un ser hórrido y mediocre que es enaltecido febrilmente como un dios mitológico que encarna una fina obsecuencia y negatividad.

La precisión y la brevedad de esta obra se suman a su ritmo vertiginoso. De ahí que no exista la necesidad de mayor acción, ni de pulcras descripciones: todo pasa en la errática cabeza de Jacob; y ésta, es pródiga en delirios y en meticulosos y crueles análisis sobre su actitud o la de quienes lo rodean. De cierta manera, quien escribe funciona como un espejo convexo en el que se reflejan las muecas, los dichos, los retos y las frustraciones de los otros. El “yo” autobiográfico se produce especialmente cuando el protagonista se compara o analiza de manera extravagante, oblicua y sin atenerse a moldes reconocibles: “He hecho mi elección y la mantendré. En mí interior mora una extraña energía que me impulsa a conocer la vida a fondo, y un deseo indomable de aguijonear a la gente y a las cosas para que se me revelen”. Su técnica para conseguir esto no es otra que hacerse el limitado (borderline) y controlar la espontaneidad hasta sentir el goce que se produce cuando lo que se reprime estalla en el fuero interno como una carcajada destemplante: “Lo no liberado se convierte en algo más penoso, pero a la vez más valioso. Sí, sí, confieso que me agrada sentirme oprimido. Es cierto. No, no siempre es cierto. Que el señor Cierto se vaya de paseo. Lo que quería decir es esto: no estar autorizado a hacer algo significa hacerlo doblemente en otro sitio. No hay nada más insípido que una autorización indiferente, expeditiva, fácil”.

De ahí que“Jacob Von Gunten” sea un texto que -entre otras muchas divagaciones- gira en torno al tema del poder; sobre cómo lograrlo siendo un vago; o mejor dicho, de cómo obtenerlo a través de una mirada fría, de una abyección calculada, o del mutismo: “Sobre todo no decirle nada a nadie. Asunto silenciado es, a veces, asunto ya ganado”. Robert Musil fue el primero en notar este mecanismo de desbarajuste del lugar de la autoridadque es gravitante en esta novela, y que de cierta manera la emparienta con “El castillo” de Kafka. Este, según Max Brod, -amigo, albacea y biógrafo de escritor checo- una vez llegó a su casa con el libro de Walser, y lo leyó con hilaridad, impresionado por este extraño escritor.

Pero las preguntas que surgen al margen de las anécdotas y la arqueología literaria respecto al más célebre desquiciado de la suiza cultural, son: ¿cuál es la impronta de Robert Walser? ¿Por qué leerlo en la actualidad? Las respuestas a ellas son evidentes: por una parte,  es fácil percatarse que muchos de los méritos formales de Walter han sido profundizados e incluso mejorados por otros, desde el mencionado Kafka, pasando por las novelas de Beckett, hasta los textos de W.G. Sebald. Además, el descaro y la corrección perfectamente plegados en una prosa ejemplar por su elasticidad, como sucede en “Jacob von Gunten”, son más que una manera de entender la literatura y sus incisiones en la realidad; son, también, una sugestiva moral de la arrogancia y del silencio, que sólo un perturbado como Walser pudo llevar a la consecuencia con la ferocidad que implica objetar lo establecido mediante una fe ciega en conseguir un confortable y ruin destino como salvación.