Es hora de que reconozcamos que fuimos consumidos
por nuestros temores y tomentos y que lo único que nos queda
es abrazarnos como si estuviéramos solos en una pieza oscura.
Corrimos una carrera despiadada e inútil por deseo y celos infantiles,
y llegamos al remanso.
Esperemos que la noche pase rauda como una gacela asustada.
El sol irradiará nuestra vergüenza con su calor compasivo,
y la templanza aliviará los huesos.
Olvida los resquemores.
La ira envenena las gargantas.
Y tu cuello es de una elegancia irresistible.
No te defiendas.
Guarda la compostura.